En la costa de Jalisco, bajo el cálido sol y sobre terrenos irregulares, crecen los agaves que dan vida a uno de los destilados más auténticos y cautivadores de México: la raicilla. Estos agaves no solo representan un ingrediente esencial, sino también una historia de paciencia, tradición y conexión con la tierra. Hoy te llevamos en un viaje para conocer más sobre los agaves de la costa y su papel en la creación de nuestra raicilla.
El agave ha sido parte fundamental de la cultura mexicana durante siglos. Para los antiguos habitantes, era una planta sagrada que proveía alimento, bebida y materiales de construcción. En la costa de Jalisco, las variedades como el agave cenizo, verde y amarillo encuentran las condiciones ideales para crecer: suelos volcánicos, temperaturas cálidas y la cercanía al mar.
Estos agaves pueden tardar entre 10 y 20 años en madurar, dependiendo de la especie. Este tiempo no solo es una prueba de la naturaleza paciente, sino también del compromiso de quienes lo cultivan. Cada planta madura lleva consigo la historia de su entorno y la experiencia de generaciones.
Cultivar agaves en la costa no es tarea fácil. Desde la selección manual en terrenos irregulares hasta el proceso de cocción en hornos de piedra, cada etapa requiere un cuidado minucioso. Los métodos tradicionales no solo preservan el carácter del agave, sino que también mantienen viva una herencia que se ha transmitido durante generaciones.
La raicilla de Hacienda El Divisadero encapsula esta conexión con la tierra, ofreciendo en cada botella una representación del alma de la costa.
Los agaves de la costa nos enseñan que las cosas verdaderamente valiosas toman tiempo. Cada botella de raicilla es un homenaje a esta planta, a las personas que la cultivan y al entorno que la hace posible. Así que, la próxima vez que disfrutes de una copa, recuerda que estás saboreando años de historia, tradición y paciencia.
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